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La minúscula desviación

Sus ojos nunca verán lo mismo que tú y yo podamos ver.

Los médicos ya le advirtieron que, aunque pudiese alcanzar una normalidad relativa, aquello no iba a cambiar. Era una situación permanente y tendría que acostumbrarse a convivir con su condición. Durante su infancia pensaron que tenía un simple déficit de atención. Siempre titubeaba antes de cualquier acción, de cualquier decisión. Su foco de interés siempre parecía diluirse. Su mirada esquiva seguía un camino opuesto a la norma. Se quedaba absorta y a veces parecía olvidar hablar. Cuando ella señalaba, nadie comprendía el objeto de su asombro.

Esquizofrenia paranoide fue su siguiente diagnóstico años más tarde, otra vez errado. Desde la perspectiva común, en cierta medida era así, pero simplemente porque en su mundo ocurrían cosas más llamativas. Cuando intentaba explicar lo que presenciaba, nadie veía coherencia en sus palabras.

Aprendió a callar. Aprendió las fórmulas sociales más concisas y tranquilizadoras para evitar malinterpretaciones. Aprendió a mentir como quien soluciona un problema por prueba y error. Imitaba y repetía aquello que le causara el menor inconveniente y le permitiera un mayor aislamiento.

Con el paso del tiempo y sin ningún punto de apoyo previo, de manera natural, comenzó a deshacer los confusos nudos de su comprensión, comenzó a ordenar y clasificar los estímulos que percibía. Poco a poco fue abandonando aquella espesa neblina y se le fue mostrando una imágen más clara, más nítida. Separó las capas superpuestas que componían su entendimiento y estableció las relaciones subyacentes del mundo que vislumbraba. Su autoconsciencia se definió más fuertemente. Analizó los efectos de sus acciones en todo lo que le rodeaba. Este fue su gran logro.

Descubrió cómo funcionaba su mente, cómo se expandía más allá de su ser. Se maravilló al comprender qué era el tiempo y cómo era capaz de verlo hacia adelante, hacia atrás, o todo de vez. El fluir de la vida se presentaba ante ella y, con todo detalle, podía seguirlo en cualquier dirección, anticiparlo. Podía contemplar como un instante concreto se propagaba como las ondas en un estanque, hasta dar con otros instantes y sumarse al resto de existencia. Tan compleja llegaba a ser su capacidad que podía llegar al origen de cualquier acción o situación, así como leer la consecuencia más remota posible. De lo que no era capaz era de expresar nada de esto.

Durante su vida cultivó nociones únicas que nos dejarían en absoluta perplejidad. Todo mientras permanecía ajena a lo que a su alrededor acontecía. Maravillada, reflexionaba sobre cada aspecto nuevo e iba un paso más allá, empujando día a día su umbral de conocimiento, llevándolo hasta cotas insospechadas. Cada pequeño esfuerzo en profundizar en su particular realidad, acrecentaba la disociación con aquella que el resto conocemos, alejándola permanentemente.

Envejeció y se deterioró. Ahora ya no habla ni camina. Convertida en su propia y privada piedra de Rosetta. Encerrada en un mudo cascarón. Su razón e intelecto, duramente forjados durante años en soledad, morirán con ella, no podrá comunicar sus pensamientos ni descubrimientos. Tristemente, no es la primera, ni será la última.

Una minúscula desviación puede suponer la mayor de las diferencias, como quien observa una estrella con un telescopio y tras inclinarlo levemente da con otra nueva estrella, a millones de kilómetros de la anterior. Ella, sin embargo, es como si tan solo estuviera desplazada unos metros más allá, lo suficiente como para como para todavía estar aquí, con nosotros, pero poder ver en otra dirección, como para poder contemplar como es el borde de la realidad.

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